Los
que andamos rondando los cuarenta hemos contemplado con tristeza la evolución
de nuestros billetes y monedas. Desde los ochentas hasta el día de hoy, además
de ediciones especiales, nuestros billetes y monedas han cambiado ya varias
veces. Por simplificar, podemos decir que en estos años hemos conocido los
pesos viejos, los nuevos pesos, los pesos reloaded (ya cuando les quitaron los
ceros) y más recientemente los pesos de polímero.
Yo
hubiera pensado que con tanta experiencia acumulada, tantas ediciones de
billetes y monedas, y después de tantos diseños y rediseños tuviéramos en este
siglo XXI un esquema monetario cuasi perfecto, ejemplo para el mundo,
referencia para los países en desarrollo y… no. Parece que no. A los mexicanos
nos encanta re-inventar el hilo negro y el agua tibia. Cuando alguien nuevo
llega al mando, desecha la mayoría de las iniciativas y aprendizajes de la
anterior administración. ¿Les suena familiar?
En
fin, regresando al tema de billetes y monedas, como primer ejemplo traigo a su
consideración nuestro preciosísimo billete de 1,000 pesos. Es verdaderamente
una obra de darte y un merecido homenaje al padre de la Patria. Pero, ¿de qué
sirve emitir un billete que nadie quiere porque en ningún lugar lo aceptan?
¿Entonces para que lo hicieron? ¿Para que te lo den en el banco, llevarlo de
paseo y regresarlo al banco? ¿O es sólo un artículo de colección? Otro encantador
ejemplo viene con las monedas de 50 centavos. Para empezar tenemos dos monedas
totalmente diferentes. La primera es dorada y es más grande que la moneda de un
peso. ¿Cómo por qué sería buena idea romper la relación tamaño-valor? Mi
sentido común me dice que lo más lógico y sencillo es aumentar el tamaño
conforme aumenta el valor. ¿O no? Por lo menos le pusieron una forma dodecagonal
muescada (aplausos para la palabra dominguera. Gracias). La segunda moneda de
50 centavos es plateada, y prácticamente igual a la de 20 centavos. Su
diferencia en diámetro es menos de 2 mm. ¿Entonces? ¿Cómo esperan que las
distingamos? Bueno. Eso es si por casualidad llegan a nuestras manos. En
realidad los centavos mexicanos ahora son un mito urbano, en especial las
monedas de 10 y 5 centavos. Cuando pagas cualquier cosas en efectivo ya tienes
que ir resignado a redondear para alguna buena causa o donárselos cajero o
dependiente. Hace una semana la dueña de mis quincenas (y de mi corazón
también) fue al banco a pagar un par de servicios, uno por 343.25 y otro por
255.22. Para cada uno extendió un billete de 500 pesos, porque luego esos
también batalla uno para hacerlos circular. El cajero, de un conocido Banco
Nacional de México, le regresó 156 pesos en el primero y 244 en el segundo. Es
decir, entre ambos movimientos tuvo un saldo a favor de 1.53 pesos. Imaginénse
ustedes que haga 10 movimientos así en una hora, en 8 horas laborables en 20
días hábiles de un mes: el señorcito (o señorita) se embolsa 2,448 así nomás
bajita la mano.
Los
negocios deberían estar obligados a darte tu cambio completo, y debiera haber
una ley que prohibiera fijar precios de artículos y servicios que no puedan ser
pagados en efectivo. Por ejemplo, un precio de 99.99 debiera cambiarse a 99.90
porque no tenemos monedas de 1 centavo, y el comercio debiera estar obligado a
darte tu minúscula monedita de 10 centavos después que pagas. ¡Ay ahá! Se vale
soñar. Salud.
La nota musical
Queridos
lectores: Vayan aprendiéndose esta canción de me-mo-ria. Por como va el tipo de
cambio del dólar, el precio de la gasolina y la inflación, pronto será la
canción de moda en todo México.
No
tengo dinero ni nada que dar,
lo
único que tengo es amor para amar.Si así tu me quieres te puedo querer,
pero si no puedes ni modo que hacer.
“No
tengo dinero”, Juan Gabriel, Álbum: El Alma Joven, 1971
Twitter:
@gmomtz
Textos
anteriores: http://columnamusicopoetayloco.blogspot.mx/