jueves, 5 de marzo de 2015

Política Monetaria


Los que andamos rondando los cuarenta hemos contemplado con tristeza la evolución de nuestros billetes y monedas. Desde los ochentas hasta el día de hoy, además de ediciones especiales, nuestros billetes y monedas han cambiado ya varias veces. Por simplificar, podemos decir que en estos años hemos conocido los pesos viejos, los nuevos pesos, los pesos reloaded (ya cuando les quitaron los ceros) y más recientemente los pesos de polímero.

Yo hubiera pensado que con tanta experiencia acumulada, tantas ediciones de billetes y monedas, y después de tantos diseños y rediseños tuviéramos en este siglo XXI un esquema monetario cuasi perfecto, ejemplo para el mundo, referencia para los países en desarrollo y… no. Parece que no. A los mexicanos nos encanta re-inventar el hilo negro y el agua tibia. Cuando alguien nuevo llega al mando, desecha la mayoría de las iniciativas y aprendizajes de la anterior administración. ¿Les suena familiar?

En fin, regresando al tema de billetes y monedas, como primer ejemplo traigo a su consideración nuestro preciosísimo billete de 1,000 pesos. Es verdaderamente una obra de darte y un merecido homenaje al padre de la Patria. Pero, ¿de qué sirve emitir un billete que nadie quiere porque en ningún lugar lo aceptan? ¿Entonces para que lo hicieron? ¿Para que te lo den en el banco, llevarlo de paseo y regresarlo al banco? ¿O es sólo un artículo de colección? Otro encantador ejemplo viene con las monedas de 50 centavos. Para empezar tenemos dos monedas totalmente diferentes. La primera es dorada y es más grande que la moneda de un peso. ¿Cómo por qué sería buena idea romper la relación tamaño-valor? Mi sentido común me dice que lo más lógico y sencillo es aumentar el tamaño conforme aumenta el valor. ¿O no? Por lo menos le pusieron una forma dodecagonal muescada (aplausos para la palabra dominguera. Gracias). La segunda moneda de 50 centavos es plateada, y prácticamente igual a la de 20 centavos. Su diferencia en diámetro es menos de 2 mm. ¿Entonces? ¿Cómo esperan que las distingamos? Bueno. Eso es si por casualidad llegan a nuestras manos. En realidad los centavos mexicanos ahora son un mito urbano, en especial las monedas de 10 y 5 centavos. Cuando pagas cualquier cosas en efectivo ya tienes que ir resignado a redondear para alguna buena causa o donárselos cajero o dependiente. Hace una semana la dueña de mis quincenas (y de mi corazón también) fue al banco a pagar un par de servicios, uno por 343.25 y otro por 255.22. Para cada uno extendió un billete de 500 pesos, porque luego esos también batalla uno para hacerlos circular. El cajero, de un conocido Banco Nacional de México, le regresó 156 pesos en el primero y 244 en el segundo. Es decir, entre ambos movimientos tuvo un saldo a favor de 1.53 pesos. Imaginénse ustedes que haga 10 movimientos así en una hora, en 8 horas laborables en 20 días hábiles de un mes: el señorcito (o señorita) se embolsa 2,448 así nomás bajita la mano.

Los negocios deberían estar obligados a darte tu cambio completo, y debiera haber una ley que prohibiera fijar precios de artículos y servicios que no puedan ser pagados en efectivo. Por ejemplo, un precio de 99.99 debiera cambiarse a 99.90 porque no tenemos monedas de 1 centavo, y el comercio debiera estar obligado a darte tu minúscula monedita de 10 centavos después que pagas. ¡Ay ahá! Se vale soñar. Salud.




La nota musical

Queridos lectores: Vayan aprendiéndose esta canción de me-mo-ria. Por como va el tipo de cambio del dólar, el precio de la gasolina y la inflación, pronto será la canción de moda en todo México.

No tengo dinero ni nada que dar,
lo único que tengo es amor para amar.
Si así tu me quieres te puedo querer,
pero si no puedes ni modo que hacer. 

“No tengo dinero”, Juan Gabriel, Álbum: El Alma Joven, 1971

 

Twitter: @gmomtz

 
 
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Publicado el 06/03/2015 en
www.antenasanluis.mx