miércoles, 30 de julio de 2014

De apodos y sobrenombres

Hace unos días escuché en un programa de radio la entrevista que hacían a una psicóloga de “renombre”. La dama satanizaba categóricamente y sin excepciones los apodos y sobrenombres en los niños y adolescentes, argumentando que generaban problemas para la madurez, la seguridad y la construcción de la identidad del individuo (palabras más, palabras menos). Deben saber ustedes que toda la vida he vivido con un apodo... está bien, exageré: tengo 35 años viviendo con un apodo. Según la señorita psicóloga hoy día debo ser un cuarentón inmaduro, con problemas de identidad y de seguridad para enfrentarme a la vida. Sus comentarios me dejaron un poco preocupado, pero pronto vinieron a mi mente Edu y Sugus, personas cercanísimas a mí, y el alma me volvió al cuerpo: No estaba solo. Luego recordé a algunos amigos y compañeros de mi época universitaria, y me sentí más tranquilo: Yeyo, Flash, Brody, Chino, Cebollón, Patiño, Nariz, Patrón, Chepina, Pebi, Churro. Finalmente, cuando pensé en mis amigos y conocidos de la preparatoria y anteriores, pude respirar normalmente: Tío, Fefus, Chore, Huesos, More, Cuco, Pingüino, Bongo. Ya cuando me senté a escribir, también me acordé de los amigos de mis hermanos: Buchi, Espasmo, Conejo, Oso, Chiquistriquis, Chile, y un largo etcétera. O bien somos varias generaciones de inmaduros e inseguros o, como muchas ocasiones, el mundo no se puede describir en blanco y negro.

Estoy seguro que ninguno de los nombrados arriba se siente ofendido por el apodo que tiene. Al contrario, es probable que haya olvidado mencionar alguno y eso me generará algún reclamo. Más aún, no faltará el que me diga: “Entiendo que menciones primero a tu compadre, pero que me pongas después de Chucho no se vale.” Muchos de estos apodos fueron parte de un “bautizo” social, de un ritual de iniciación para pertenecer a un grupo: aquel que llegaba de otro estado y hablaba con acento muy marcado, el otro que alguna característica física lo distinguía de los demás, ese que fue protagonista en un evento particular, muchas veces sin intención. En su momento, estos apodos nos dieron la posibilidad de ser únicos, nos generaron una identidad irrepetible: En mi vida me he cruzado con varios Memos Martínez, pero nuestro apodo (Me refiero al Chino y a un servidor) nos diferenció del resto. Al paso del tiempo, estos apodos funcionan como referencia espacio-temporal: “¿Recuerdas a fulano de tal? ¡Acuérdate! Le decíamos “El Molcas”, iba en el salón 45.”

A lo largo de mi vida he sido nombrado de muchas maneras. Hoy día, mis queridas tías todavía me dicen “Memito”, un selecto grupo de amigos de mi infancia me conocieron como “Willis”, cuando viví en Celaya fui “Memo” al igual que hoy en mi trabajo. Varios amigos de mi actual ciudad me dicen “Guille” y a mi hijo, también Guillermo, le dicen “Guillo”. Ninguno de estos diminutivos, apodos o sobrenombres me generaron inseguridad ni inmadurez (Bueno, eso digo yo. Habrá que ver que dice mi amada compañera de vida y dueña de mis quincenas… jajajaja).

Por supuesto que en el trabajo no me llaman por mi apodo: eso sería absolutamente incorrecto. Igualmente, quiero aclarar que estoy completamente en contra de la discriminación y del ahora tan nombrado “bullying”. Si nos encontramos ante cualquiera de ambas, tenemos que alzar la voz: no hay lugar a dudas. Sin embargo, crecer en un grupo social y ser investido con un “nombre de guerra”, como antaño sucedía con los caballeros de la mesa redonda, es un honor. Puede ser un poco ridículo o chistoso, pero es un honor al fin.

La vida tiene tonalidades, nunca viene en blanco y negro. Así como un sobrenombre puede ser ofensivo, les puedo afirmar que hay apodos que trascienden y forman parte de nuestra identidad. Por cierto, nunca les dije cual es mi apodo, así es que ya tenemos tema para otro día. Salud.


La nota musical:


Una de mis canciones favoritas de los 90s lleva por título precisamente el apodo de una mujer. Nunca fue necesario que el compositor nos dijera su nombre para que pudiéramos imaginar a la susodicha de pies a cabeza.


En la vida conocí mujer igual a “La Flaca”
coral negro de La Habana, tremendísima mulata.
Cien libras de piel y hueso, cuarenta kilos de salsa
y en la cara dos soles que sin palabras hablan.
Que sin palabras hablan.


Por un beso de “La Flaca” daría lo que fuera
por un beso de ella aunque sólo uno fuera.
Por un beso de “La Flaca” daría lo que fuera
por un beso de ella aunque sólo uno fuera.
Aunque sólo uno fuera.

“La Flaca”, Jarabe de Palo, Álbum: La Flaca, 1996


De verso en verso: Indocumentado 

"Hay 11 millones de personas viviendo en las sombras”. Joe Biden, Vicepresidente de EEUU.

No es tu casa,
no es tu tierra,
no es tu gente.

Tienes techo,
tienes cama,
pan a diario.

No critico
que decides
ir pa’allá.

Si tu tierra
no te ofrece
nada más.


Twitter: @gmomtz


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Publicado el 30/07/2014 en www.antenasanluis.mx

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miércoles, 23 de julio de 2014

Hablemos de como hablamos (III)

Hablemos de como hablamos (III).

A raíz del par de notas anteriores que buscan promover el hablar mejor, uno de mis tres asiduos lectores me pidió que diera mi opinión sobre la frase “más sin embargo”. Por supuesto que cuando tienes tres lectores y uno de ellos es tu mamá, debes procurar darle gusto de inmediato a cualquiera de los otros dos que te pida algo.

Como ya dijimos, no se trata de convertirnos en eruditos de la Real Academia de la Lengua, pero si de hacer conciencia de pequeños errores o malos hábitos y buscar mejorar nuestra manera de hablar. Primero que nada es importante aclarar que “sin embargo” son dos palabras, por lo tanto nunca se debe escribir como una sola palabra. Regresando al lenguaje hablado, en términos técnicos, “sin embargo” es una “locución adverbial de sentido adversativo”, mientras que “más” es una “conjunción adversativa equivalente a pero” (ahora mis lectores abren mucho sus ojos, ponen cara de asombro y dicen “¡Ooooooooohhhhh!). Observen que ambos son “adversativos”. En términos mundanos, cuando decimos “más sin embargo” en realidad estamos redundando. Tomando como ejemplo esta frase: “Iba a ir al cine, sin embargo se me hizo tarde”, vemos que podemos sustituir “sin embargo” por “más” manteniendo el sentido de la frase, por lo que si ponemos ambas en realidad repetimos, redundamos. Así pues, “más sin embargo” es una frase (locución) a evitar en nuestra vida diaria. Y si esta frase es redundante, aún más lo es cuando decimos: “más pero sin embargo” (por favor quiten la cara de espanto los que la han usado. Los que pusieron cara de incredulidad, créanme: la he escuchado con más frecuencia de lo que se imaginan).

Una deformación adicional bastante común es decir “sin en cambio” en lugar de “sin embargo”. Cierto es que la métrica es similar, suenan parecido, y dicha velozmente hasta puede pasar desapercibida. Sin embargo, esa expresión NO existe, y no hay manera de hallarle sentido. Aun cuando “más sin embargo” pudiera disculparse con la redundancia, o justificarse aludiendo buscar enfatizar, “sin en cambio” no tiene significado, ni disculpa, ni justificación alguna. Hay que borrarla de nuestro lenguaje. Con todo lo anterior, sobra decir que “más pero sin en cambio” es una herramienta de tortura para los lingüistas.

Espero haber dejado satisfecha la petición de mi lector, y de todo corazón le deseo pronta mejoría. Ustedes no saben, pero solamente me lee porque está convaleciendo. En cuanto pueda manejar seguro me quedo otra vez con dos lectores. Salud.


La nota musical:

Mecano alcanzó la fama por su música, su narrativa y la inigualable voz de Ana Torroja. Como buen admirador sigo añorando algún concierto de rencuentro, y no me importaría si siguen cantando “erguiendo” en lugar de “irguiendo”, gerundio del verbo “erguir”. ¿Más caras de incredulidad? Compruébenlo ustedes mismos:

Y el que prefiera que se vuelva al Senegal
correr desnudos por la selva
con la mujer y el chaval
ir natural
"erguiendo" cuello y testuz
como hermana avestruz.

“El Blues del Esclavo”, Mecano, Álbum: Descanso Dominical, 1988



Twitter: @gmomtz


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Publicado el 04/06/2014 en www.antenasanluis.mx

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miércoles, 16 de julio de 2014

Hablemos de como hablamos (II)

Hablemos de como hablamos (II).
La semana pasada comentamos que debemos poner atención en cómo usamos el lenguaje cotidianamente, así como la importancia de corregir malos hábitos o pequeños vicios que arrastramos al hablar. Como ejemplo usamos la palabra “gente”, ya que siendo un plural por sí misma, no debemos “pluralizarla”: decir “gentes” no es correcto. También mencionamos esa costumbre tan arraigada de agregarle una “s” a la segunda persona del pretérito en algunos verbos: hicisteS, corristeS, comisteS, dejasteS. Tengamos cuidado, en verdad se oye muy mal. Otra frase que escuchamos frecuentemente es “ambos dos”. Tal vez la persona está tratando de enfatizar que solamente son dos, pero en realidad está construyendo un pleonasmo, ya que “ambos” únicamente puede referirse a dos. Para enfatizar también, es común escuchar personas que dicen: “Así está más mejor”. Quiero suponer que realmente están muy contentos con lo que hicieron, compraron o recibieron.

Pero entre todas estas frases, más allá del error o mala costumbre, hay una que es mi favorita por el contenido de relatividad que esconde. Estoy seguro que si Einstein hubiera tenido como idioma materno el español, su famosa teoría habría sido publicada muchos años antes. La frase en cuestión es: "ahorita mismo", y de entrada, hay que compararla y entender las diferencias con el “ahora”, con el “ahorita” y para los valientes, con la moda de mis retoños adolescentes: “Ya voy”. Esta frase debemos tratarla con extrema precaución: excesivo o mal uso de la misma puede provocar una fisura en el continuo espacio-tiempo, impidiendo la ubicación exacta del momento presente. Si Einstein la hubiera escuchado con tanta frecuencia como se usa en México, seguramente se hubiera preguntado, entre otras cosas: ¿Cuándo es el momento presente: ahora, ahorita o ahorita mismo? ¿Por qué el “ahorita” tarda tanto en llegar? ¿Qué dura menos, el “ahora” o el “ahorita mismo”? ¿Por qué mi trámite no ha empezado si la señorita me dijo: “Ahorita mismo lo atiendo”? ¿Por qué si hace dos horas me dijo “ya voy” siguen los calcetines en el piso? ¿Existe una relación cósmica o sobrenatural entre el “ahorita mismo” y el “ya merito”? ¿Será que los mexicanos tienen poderes para controlar el espacio-tiempo y por eso pueden estirar el presente?

Turu ru ru Turu ru ru Turu ru ru
(Para cerrar la nota imaginen el tema de “Dimensión Desconocida”)

La nota musical:
Hacer una analogía o darse una ligera libertad poética para cuadrar el verso o la métrica lo entiendo. Conjugar mal la verdad no me hace gracia. Sin embargo, con todo y eso, esta canción llegó a los primeros lugares del Billboard, con un “sería” donde toca un “fuera”:

Si la luna sería tu premio
yo juraría hacer cualquier cosa
por ser su dueño
por ser tu dueño.

“Cuando me Enamoro”, Enrique Iglesias y Juan Luis Guerra, Álbum: Euphoria, 2010

Twitter: @gmomtz


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Publicado el 04/06/2014 en www.antenasanluis.mx

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miércoles, 9 de julio de 2014

Hablemos de como hablamos (I)

Hablemos de como hablamos (I).

Hace algún tiempo me encontraba en una junta de trabajo muy tensa. En ella discutíamos escenarios probables ante una situación de crisis. “Vale la pena romper el hielo”, me dije a mi mismo, y me tomé un par de minutos para pensar como hacerlo. Entonces dije: “En caso de que esta estrategia no funcione, deberíamos tener una alternativa, *no vaiga siendo*”… y rematé con una ligera sonrisa, esperando extrañeza, sorpresa, risas o al menos un reproche de mi entonces jefe. Me quedé sorprendido cuando la única respuesta que recibí fue: “Tienes razón. Hay que pensar en un Plan B”. Y mientras yo me tragaba mi asombro, la junta continuó. Impactado, repetí el experimento algunas veces más: en una cena con otro grupo de personas de la oficina, en una actividad con papás de la escuela de mis hijos, etc. hasta que mi conciencia (léase mi media naranja, mi compañera de vida o la dueña de mis quincenas) me pidió que dejara de hacerlo, advirtiéndome sabiamente que tal vez si se daban cuenta y por pena no me corregían. Obedecí, como siempre (ja), pero aún tengo la duda si en verdad notaron el error.

Por favor no me tomen a mal. No se trata de que todos hablemos como si fuésemos miembros de la Real Academia Española (de la Lengua). No. Todos nos equivocamos, pero hay de errores a errores. Se trata simplemente de cuidar como usamos el lenguaje y corregir malos hábitos o pequeños vicios que arrastramos al hablar. Un sencillo ejemplo: la palabra “gente”. Esta palabra es un plural, esa es su naturaleza, por lo que es incorrecto decir: “Había muchaS genteS”, basta decir: “Había mucha gente”.

Estoy seguro que si ponen atención, se darán cuenta de más de una de estas frases que escuchamos todos los días y en realidad no están bien *decidas* (ups). La próxima semana les compartiré algunas de ellas. Mientras tanto, Salud.


De verso en verso: Me dejastes

Haiga sido lo que haiga sido
para mi no estás en el olvido.
Todos los días sueño contigo
más sin en cambio
ya nada queres conmigo.


La nota musical:

A propósito de agregar una “s” al final de ciertos verbos (hicistes, dijistes, comistes, etc.), es de llamar la atención como Mecano dejó pasar esto en una de sus canciones más famosas, inclusive hasta en la versión de 1998. La otra versión que tengo a la mano es la grabada por Fey, quien si corrige este “pequeño” detalle.

Nos vimos tres o cuatro veces
por toda la ciudad.
Una noche en el Bar del Oro
me decidí a atacar.
Tú me dijiste diecinueve
no quise desconfiar,
pero es que ni mucho ni poco
no vi de dónde agarrar.
Y nos metimos en el coche
mi amigo, tu amiga, tú y yo.
Te dije: “Nena dame un beso”,
y tú contestaste(S) que no.

“La Fuerza del Destino”, Mecano, Álbum: Descanso Dominical, 1988
“La Fuerza del Destino”, Mecano, Álbum: Ana José Nacho, 1998
“La Fuerza del Destino”, Fey, Álbum: La Fuerza del Destino, 2004


Twitter: @gmomtz

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Publicado el 04/06/2014 en www.antenasanluis.mx

http://antenasanluis.mx/musico-poeta-y-loco-hablemos-de-como-hablamos-i/

miércoles, 2 de julio de 2014

Reencuentros

Reencuentros.
Debo reconocer que cuando era niño me daba mucha risa cuando mis papás se encontraban a alguien en la calle, en el súper o en algún restaurante y, llenos de euforia decían: “Hace 20 años que no nos vemos. ¡Qué bárbaro, no has cambiado! Estás igualito”. Mamá, Papá: perdón, pero de verdad no lo entendía. No hacía sentido en mi cabeza de niño como ese señor o señora podía permanecer igual por veinte años. O bien ustedes estaban mintiendo o bien estábamos frente a un caso clásico de la enfermedad de Benjamin Button.

Como la vida es sabia y tiene sus modos sutiles de enseñarnos y, de vez en cuando, callarnos la boca, resulta que cada vez con más frecuencia estoy utilizando la misma frase que usaron mis papás. Así es, toda la frase. Si, completita. Y ya sé que todos están pensando en aquel personaje que en dos décadas aumentó 20 kilos, o en aquel otro que perdió 5000 cabellos, o en aquel o aquella que conocieron castaño y ahora es intento de rubio/rubia porque las canas no dejan que agarre bien el tinte. Me explico: uso la frase porque he descubierto que cuando me reencuentro con alguien, sus ojos son una ventana al pasado donde puedo ver la persona que fue, y al mismo tiempo, la persona que yo fui. Es un efecto curioso, acompañado de una avalancha de recuerdos. Es como si brevemente abriéramos un portal del tiempo y por un instante volviéramos a ser los mismos que cuando nos vimos por última vez: con la mochila de la escuela, o el uniforme de deportes, con la pañoleta azul y blanco del grupo 1 o los pantalones arremangados, con el copete tipo Flans o las clásicas hombreras. Añadan ustedes sus personalísimas fotografías mentales.

Al decirle al personaje que no ha cambiado, me lo digo a mi mismo con esperanza, y por breves instantes se asoma ese adolescente que no sabía que hacer con su vida, y en ese entonces, ni le preocupaba. Hemos cambiado físicamente, no cabe duda, pero nuestra esencia permanece; y reencontrarnos con alguien deja asomar a aquel que fuimos alguna vez, con todo y sus sueños y esperanzas.

En unas cuantas semanas voy a reunirme con mi generación de preparatoria. Seguro todos nos veremos “igualitos”. Ya les contaré entonces. Salud.


De verso en verso: Reencuentro
Te vi… ¿serás? No sé.
Te busco en mi mente
más no tengo suerte.

Te vi… ¿serás? No sé.
Te quito los lentes
y el paso del peine.

Te vi… ¿serás? No sé.
Más tú me saludas
gustoso de verme

Y ya con tu abrazo
estás en mi mente
de vuelta, sonriente
amigo de siempre.

La nota musical:
Hoy va dedicada a una compañera que, como a mí, acompaña a muchos mexicanos por 15, 20 o hasta 30 años. Querida Hipoteca, esta va para ti:

Incontable son las veces que he tratado
de borrarla y no he logrado
arrancarla ni un segundo de mi mente,
porque ella sabe todo mi pasado,
me conoce demasiado
y es posible que por eso se aproveche.

“Un montón de estrellas”, Gilberto Santa Rosa, Album Viceversa, 2002


Twitter: @gmomtz


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Publicado el 04/06/2014 en www.antenasanluis.mx

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